Mujeres sin voz “Año de la Misericordia”
Una de las experiencias más significativas que tuve, durante mis viajes de trabajo en la UMOFC, fue cuando hace algunos años visité en el Líbano una cárcel de mujeres. Líbano es un extraordinario país situado en un lugar estratégico del Medio Oriente. La guerra civil que sufrió y la ubicación en la que se encuentra en medio de los graves conflictos entre Israel, Palestina, Turquía, Siria, hacen de este país bíblico un lugar de eterno conflicto en el que sus habitantes por décadas y décadas no han encontrado la paz que tanto anhelan.
El Congreso internacional al que asistí, tenía programada una visita de “inmersión” a las distintas realidades sociales del Líbano y a mí me asignaron ir a visitar la cárcel de mujeres en Beiruth. Cuando me dijeron que al día siguiente iríamos a ver a las mujeres de una prisión, me sentí desanimada y me pregunté: ¿Qué sentido tiene visitar a las mujeres encarceladas solo para observar su desdicha sin ofrecerles nada para aminorar su pena justa o injusta?
Comparto esta experiencia porque la realidad superó todo lo que me había imaginado y la visita a la prisión de mujeres me dejó una profunda impresión que nunca olvidaré.
El edificio original de la prisión fue destruido durante la guerra; las mujeres se encontraban encarceladas en una casa de cuatro cuartos que albergaba alrededor de 80 prisioneras.
La comisión que visitaría la cárcel se integró con 4 mujeres, de distintos países y un sacerdote que era el designado de atender a las prisioneras que lo solicitaran. La visita comenzó en el primer cuarto. Me impresionó encontrar un grupo de veintiún mujeres hacinadas en un espacio, de cuatro por cuatro metros y obligadas a compartir ese pequeño lugar durante 24 horas. Dormían en el piso, sobre cobertores, los cuales debían enrollar a la mañana siguiente. Sólo les era permitido ir a hacer sus necesidades básicas, después de levantar sus cobertores y usaban un escusado, una por una. Algunas de ellas tenías problemas renales y digestivos por tener que esperar tanto tiempo para ir al baño. En ese cuarto también comían y hacían trabajos manuales. No había ventanas y una débil luz penetraba por una abertura en la parte superior de tres de los muros. una Algunas de ellas habían sufrido esta asfixiante situación día a día durante más de dos años.
Nuestro pequeño grupo, nos quedamos en silencio sin atrevernos a ver la expresión de angustia en los rostros de aquellas mujeres, sin poder escuchar con claridad las muchas demandas que al mismo tiempo nos hacían en francés o en árabe: ¡Por favor pidan que podamos ver a nuestros pequeños hijos!, ¡Queremos salir una vez al mes al patio para recibir el sol!,¡ Necesitamos atención médica!
Salimos lentamente del primer cuarto. El segundo, que se encontraba en las mismas terribles condiciones, hice un esfuerzo por hablar antes de que empezaran las quejas y me dirigí a las reclusas presentando al grupo que las visitaba. Presenté a nuestro grupo. Cuando al final supieron que yo era mexicana, dos mujeres jóvenes que estaban en un rincón corrieron hacia mí, me abrazaron llorando y me dijeron: “No hablamos árabe, no podemos comunicarnos, sólo hablamos español o portugués. ¡Ayúdenos! No sabemos por qué estamos aquí, ni cuándo podremos salir” y atropelladamente agregaron “Comuníquese con nuestras familias yo soy de Ecuador y ella de Brasil”. Al darme cuenta que quizá era la única oportunidad que estas mujeres tenían para comunicarse en español me impresioné profundamente. Las otras prisioneras también se emocionaron y algunas lloraron y me decían: ¡Por favor señora, ayúdelas, sufren mucho y ninguna de nosotras las entienden!
El sacerdote y yo hablamos con la directora del penal y nos comentó que efectivamente por el idioma no les habían podido explicar, que su condena se debía que les habían encontrado drogas en sus maletas en el aeropuerto de Beiruth. La joven de Brasil de sólo 22 años me explicó que el hombre con el que vivía le pidió que se reuniera con él en Beiruth y cuando llegó al aeropuerto la policía la detuvo y no volvió a saber nada de él y ahora llevaba 11 meses en la cárcel. La joven de Ecuador también fue víctima de narcotraficantes que utilizan a mujeres pobres e ignorantes, para que transporten la droga que ellos venden. La mujer ecuatoriana había sido abandonada por su marido y ella buscaba la forma de sostener económicamente a sus 4 hijos.
Estas mujeres no contaban con un abogado, estaban lejos de sus parientes y perdieron la libertad, fueron usadas y engañadas, pero probablemente lo peor de todo era que no podían hablar, no tenían voz para que ellas mismas se defendieran y acudieran por ayuda para iniciar un proceso legal que atenuara la pena de su encarcelamiento y salieran libres después de purgar su condena.
Me comuniqué con sus familias en Ecuador y el Brasil y también con sus respectivas embajadas en el Líbano y después de iniciado un largo proceso nunca supe si lograron su libertad, pero estoy segura que ellas sintieron que las ayudamos todo lo que pudimos, el sacerdote y yo, y que sobre todo Dios no las abandonó en su sufrimiento. Les hicimos llegar una biblia que pidieron ellas porque decían “ queremos leer la Biblia y no estar sumidas en el silencio”.
Con esta experiencia comprendí, una vez más, que por todo el mundo hay muchas mujeres, que necesitan a otras mujeres para que hablen por ellas, les den la mano, para ayudarlas a salir de su prisión ya sea en la cárcel, o por los problemas de la situación en la que se encuentran por ignorancia y por pobreza. Este es el caso de muchas mujeres indígenas en México que esperan superarse y ocupar un lugar digno en nuestra sociedad y que sufren discriminación.
El Señor nos necesita a todos y todas para hablar por las mujeres más necesitadas y en especial en éste Año de la Misericordia, para descubrirlas y darles la mano no solo a las presas, sino a las mujeres abandonadas, analfabetas, enfermas, solas y sin olvidar a las que son víctimas de adicciones. Vive la misericordia contigo misma y con las mujeres más necesitadas. La Misericordia como la que nos da Dios para mostrarnos su amor.