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¿Por qué dejamos de creer?


Hola, antes que nada, quiero presentarme, soy Pilar González de García, estoy casada, tengo 3 hijos jóvenes y doy clases de Educación en la fe en secundaria, en un colegio católico. Continuamente estoy en contacto con adolescentes y jóvenes y por eso me doy cuenta de la realidad en la que viven.

Quiero compartir con ustedes estas reflexiones surgidas a partir de mi trabajo cotidiano con jóvenes. Si bien, el tema de la adolescencia y la juventud es muy complejo, me gustaría platicar sobre solo un aspecto del mismo. Muchas veces me he preguntado ¿por qué cuando somos niños creemos en todo lo que las personas mayores, especialmente nuestros padres, nos dicen? Creemos fielmente y sin dudar en una infinidad de cosas, creemos en Dios, en la Virgen y en los santos. En la infancia sabemos confiar en Dios, nos gusta orar y aceptamos con alegría los valores que nos inculcan en la casa, en la Iglesia y en la escuela.

Pero conforme van pasando los años y vamos creciendo todas esas creencias, sueños e ilusiones van desapareciendo y dejamos de creer en lo que nuestros padres nos inculcaron o en lo que nosotros de niños no cuestionábamos si era verdadero o no. Algunas de estas creencias se desvanecen porque no recibimos argumentos que nos ayuden a fortalecer nuestra fe o por ciertas ideas o prejuicios que en ocasiones las personas nos hacen con respecto a la religión. Escuchamos ideas contrarias a lo que creíamos de niños, en concreto, a nuestra creencia de que Dios existe. Y así, gradualmente, nuestra fe se ve minada. Vivimos en un mundo en el que la fe sufre ataques constantes provocados en gran parte por la sociedad misma, por los medios de comunicación e inclusive por las mismas familias y esto hace que los adolescentes y jóvenes se alejen de la vida de fe y en muchos casos hasta dejen de creer en Dios.

Es muy difícil pedirles a los adolescentes y jóvenes que crean en un Dios, cuando el estilo de vida actual y los problemas de la vida los aleja cada vez más de Él. Para los jóvenes lo importante es lo inmediato, lo que su razón puede explicar, lo placentero y sobre todo lo fácil y rápido, pero al contrario de lo que ellos piensan esta forma de vida, lejos de proporcionarles una felicidad real y duradera, los hace sentirse cada vez más solos, más insatisfechos y sobre todo más necesitados de amor. Es aquí donde los padres y educadores debemos actuar dándoles argumentos que su razón considere válidos y en donde ellos puedan sentirse amados e importantes, haciéndoles ver que, antes que nada, Dios es misericordia y amor. Que descubran su gran valor, pues Dios los creó únicos e irrepetibles y dio la vida por ellos.

Es muy importante, que entiendan que no están solos, que Dios permanece siempre a su lado, pues para Él son un tesoro muy amado. Que sepan que existe alguien con quien pueden compartir sus problemas, alguien quien los ayudará incondicionalmente con su carga y que lejos de juzgarlos, siempre los amará.

Pero ¿cómo lograr esto? Si en ocasiones nosotros mismos nos alejamos de Dios por tratar de alcanzar lo que consideramos necesario en nuestras vidas dejando a un lado lo que realmente es importante. Ellos aprenden tanto de lo que hacemos, como de lo que no hacemos. Por ejemplo, si les decimos que Dios es el más importante pero nunca vamos a Misa ni nos ven orar, les estamos enviando un doble mensaje. Con nuestras acciones les estamos diciendo: “Dios es importante, pero no tanto”.

Los jóvenes necesitan ver en nosotros congruencia, ver que lo que les decimos es realmente lo que hacemos, porque lo que muchas veces influye poderosamente en su decisión de alejarse de Dios es ver la incongruencia de vida de los adultos. Ellos necesitan el testimonio de adultos de una sola pieza, que los sepan guiar con amor, con límites, pero con comprensión. Necesitan ver en nosotros una fe auténtica, verdadera y fuerte, que no se deja llevar por estilos de vida que marcan la sociedad o los medios de comunicación, ni por estereotipos, una fe que no juzga pero que tiene el valor de defender la verdad. Pero sobre todo, una fe que brinda felicidad auténtica porque está basada en el amor de Dios que es incondicional, a pesar de los defectos que podamos tener. Un amor que no juzga sino que nos acepta, un amor pleno y total.

No podemos pedirles a los adolescentes y jóvenes lo que nosotros mismos no somos capaces de creer o de hacer. Entonces, antes de cuestionarnos ¿por qué nuestros jóvenes se alejan de la religión? deberíamos preguntarnos ¿qué hemos hecho nosotros –o dejado de hacer-- para que esto suceda?

Debemos enseñarles con nuestro ejemplo que efectivamente, los tiempos o la forma de vivir cambia pero que hay ciertas cosas como la fe y los valores que no cambian y que nos ayudan a

enfrentar con valentía los obstáculos de la vida.

Muchas veces nos preocupa el mundo que les va tocar vivir a nuestros jóvenes pero más nos debería de preocupar qué tipo de jóvenes estamos educando para vivir en este mundo.

Y tú, ¿qué tipo de personas estás formando para México, para el mundo?


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