HISTORIAS VERDADERAS. HAZ TÚ LO MISMO
Sentado en el escalón que daba acceso a una tlapalería, un hombre de mediana edad, buena estatura y piel enrojecida por el alcohol, contemplaba -tras las rejas de la cabellera lacia que le caía sobre los ojos--, su mundo…
Su mundo se limitaba a unas cuantas manzanas aprisionadas en una zona entre bares y restaurantes que estaban de moda y dos avenidas de alta velocidad. Allí, parecía que el tiempo se había detenido: la tienda de abarrotes se resistía a la modernidad y su dueño era Don Sabino, tan “Don” como lo era el dueño de la pequeña fonda a la que todo el mundo llamaba “Don Pepe”; de igual categoría que el “maestro” que componía coches sobre la banqueta.
Ese era su mundo y por él deambulaba tambaleándose por efecto de la bebida. Le llamaban el “kalimán” -como el protagonista de un comics- pero nadie sabía el porqué de ese mote y tampoco se inquietaban por conocer su verdadero nombre. El “Kalimán” no pedía nada; pero muchos vecinos le daban cobijas y comida cuando aparecía tirado como un despojo humano.
El “Kalimán” tenía su “departamento”. Este consistía en un rincón que se formaba con la pared del taller de los “mofleros” –un taller mecánico-- y el espacio que quedaba al cerrarse las cortinas de acero de una bodega que, con el permiso del dueño del establecimiento, ocupaba todas las noches.
El dueño de la empresa, compadecido de su miseria, trataba de mitigarla de mil maneras: lo dejaba dormir allí, le daba consejos para que dejara el vicio del alcohol o le llevaba una jarra de jugo de naranja para ayudarlo a sobrellevar la deshidratación que le originaba la “cruda”. El rincón en el que le permitían quedarse a dormir estaba protegido del viento y del frío; pero no se escapaba de recibir, algunas veces y repentinamente, chorros de agua fría que una señora-- que vivía en el piso de arriba de la bodega-- le arrojaba intentando correrlo de ese lugar.
La indiferencia, burla o humor de algunos habitantes del barrio, se dejaba sentir cuando algunos le decían: “¡Hey, Kalimán! ¡Ya sabes que no puedes dejar entrar a nadie a tu departamento!”. Él callaba o soltaba una palabrota, pero cumplía con lo pactado: sólo él tenía derecho a dormir allí.
Su vida fue un misterio. Era pacífico y le gustaba hablar con la parvada de estudiantes que al medio día invadían la calle. Siempre les repetía sencillas frases en inglés como “good boy, come here” y les contaba que él había estado en Estados Unidos. Su estribillo de siempre, cuando disminuían los vapores del alcohol, era decir, dejando escapar las palabras entre sus escasos dientes, “yo estuve en Santa Mónica…en California”.
El Kaliman también fue protagonista de sucesos muy curiosos, por ejemplo, una noche muy fría y lluviosa, el dueño de la bodega, que siempre le tendía la mano, lo vio tiritar de frío y entonces le llamó y le permitió dormir en la parte de atrás de un camión de carga que tenía el techo y los lados cubiertos con manta ahulada lo que lo protegería del mal tiempo. El “Kalimán” se sintió afortunado, se subió con sus pobres pertenencias y se echó a dormir con la botella de licor al lado.
En la madrugada sintió que el motor del camión arrancaba, pero fue incapaz de moverse --por el sopor del alcohol-- y menos de imaginarse que, sin querer, evitaría el robo del transporte en que dormía. Los ladrones se dirigieron hacia la carretera de Cuernavaca y ya casi llegando a ella el camión se paró bruscamente ¡No tenía gasolina!. El Kalimán se sobresaltó con el frenazo y sin pensarlo sacó la cabeza entre las mantas que cubrían los laterales del camión. La oscuridad daba a su rostro un tinte fantasmal y su voz sonaba a ultratumba cuando gritó: “¡Hijos de…se la van a ver conmigo!
Los ladrones huyeron sin averiguar más y el Kalimán -al día siguiente- se encontró con los comentarios del robo del camión y les decía “yo sé dónde está” pero los empleados no le hacían
caso. Hasta que el dueño de la bodega se dio cuenta de que podía estar diciendo la verdad y le pidió que lo llevara al lugar en dónde se había quedado el camión y efectivamente ahí lo encontraron.
Poco tiempo después de este suceso, el Kalimán desapareció llevándose la carga de su vida y de su historia.
Este relato no es producto de la imaginación; el kaliman, por ser un indigente recibió muchas burlas, desprecios e indiferencia, pero también hubo personas, como el dueño de la bodega, que tuvieron misericordia y lo ayudaron de diversas maneras. Este caso nos puede ayudar para que nos demos cuenta de que la Palabra de Dios, dicha hace dos mil años, es actual, debemos escucharla y llevarla a la práctica, por ejemplo:
El Evangelista san Lucas relata (10 25,37) que un experto en la ley, para tenderle una trampa a Nuestro Señor, le preguntó: ¿quién es mi prójimo? y Jesús le contestó con la parábola “Del buen samaritano” en la que un hombre fue asaltado y golpeado sin piedad; que un sacerdote y un levita pasaron de largo, pero un samaritano lo auxilió y cuidó de él. Al final de la Parábola Jesús pregunta al experto:
“¿Quién de los tres te parece fue prójimo del que cayó en manos de los asaltantes? Y él le contestó: El que tuvo compasión de él.
Jesús, --de manera breve y terminante—concluyó diciéndole a quien lo interpelaba y, en él, a nosotros: vete y haz tú lo mismo… con quienes se crucen en tu vida.
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