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Cuando la Tierra tembló


“La fe sin solidaridad es una fe

sin Cristo, una fe sin Dios,

una fe sin hermanos”.

Papa Francisco

Hace tan solo unas cuantas semanas México vivió unos de los momentos más difíciles de su historia reciente. Cerca de la media noche del 7 de septiembre el sismo más potente del último siglo en México azotó la región del Istmo de Tehuantepec, dejando cientos de miles de damnificados en Chiapas, Oaxaca y Tabasco. Tan sólo 12 días después y recién concluido un simulacro, ante el estupor de todos, un nuevo terremoto cimbraba esta vez más a la Ciudad de México, al Edo. de México, a Morelos y a Puebla. Nadie lo podía creer, exactamente 32 años después de aquel terrible terremoto del 19 de septiembre de 1985, nuevamente el dolor, la tragedia, las muertes y las inmensas pérdidas materiales, pero también nuevamente la solidaridad, la entrega, la unión y la generosidad de millones de mexicanos que se volcaron a ayudar a los más necesitados. Esta vez, además, los jóvenes destacaron por su iniciativa, su entrega y valor, su capacidad de coordinarse y su trabajo incansable. Son tantos los aprendizajes que hemos de ir asimilándolos poco a poco para ponerlos en práctica. La primera lección es darnos cuenta de que cuando los mexicanos decidimos unirnos y ser solidarios en una causa común, podemos dar lo mejor de nosotros mismos y lograr grandes cosas. Particularmente los primeros días después de la tragedia vimos cómo la gente se olvidó de diferencias y egoísmos y se volcó en dar ayuda a los más necesitados. Los lugares más afectados por derrumbes y graves daños se rodearon de voluntarios cargando cubetas de escombros, llevando comida caliente a los rescatistas, tiendas de campaña y víveres a los damnificados, consuelo a los que esperaban recatar un ser querido... En fin, vimos trabajar codo a codo a jóvenes, adultos, autoridades de los 3 niveles, expertos extranjeros, etc. Observamos también cómo, quienes menos tienen, compartieron generosamente eso poco con los demás. Sí, como en todo evento de esta naturaleza, se cometieron errores. La sorpresa, el cansancio de autoridades, rescatistas y voluntarios que trabajaron día y noche sin cesar y la desorganización, producto muchas veces de la falta de previsión o del exceso de buena voluntad de quienes queríamos ayudar, hicieron que en ocasiones se cometieran fallas. Sin embargo éstas no pueden borrar la estupenda labor en equipo que juntos realizamos. ¡Qué diferente sería nuestro país si aprendiéramos a trabajar de ese modo todos los días y no sólo en circunstancias extraordinarias como estas!

Ahora bien, a pesar de que la mayoría participamos en lo individual y/u organizados a través de nuestras respectivas parroquias, organizaciones religiosas, escuelas, oficinas, fundaciones y empresas, no faltó el "negrito en el arroz". ¿Cómo es posible que ante esta emergencia la gente tuviera que dormir a la intemperie, afuera de los restos de sus casas, por miedo a la rapiña de quienes, aprovechándose de la situación, merodeaban los lugares afectados? ¿Cómo entender que en estas circunstancias todavía hubo quienes, por intereses políticos y de otra índole, quisieron "llevar agua a su molino" atribuyéndose ayudas que no habían proporcionado o peleándose la autoría de iniciativas? Peor aún, ¿cómo permitir que hubiera quienes se atrevieran a robar la ayuda dirigida a damnificados e incluso a lastimar a quienes la llevaban? Son los menos, pero hemos de trabajar para que se haga justicia y la ley se aplique con todo rigor

Hablemos ahora de prevención. Después del terremoto del 85 los mexicanos fuimos mucho más conscientes de que vivíamos en una zona sísmica y de la importancia fundamental de la previsión. En aquel entonces, cuando menos en la Ciudad de México, muchos edificios fueron derrumbados y otros se reforzaron en su estructura. En gran parte del país se señalaron rutas de evacuación para edificios públicos y privados y se empezaron a realizar simulacros con regularidad. En muchos casos, tanto autoridades como particulares, aseguraron los edificios y sus empresas o viviendas contra sismos. Los reglamentos de construcción se reformaron con mayores exigencias para evitar las consecuencias de desastres naturales. Sin duda, como lo afirman diversos expertos, todo esto evitó que en los recientes terremotos la pérdida de vidas humanas fuera mucho mayor. Sin embargo, a pesar de toda la labor de prevención, volvimos a vivir las consecuencias de uno de los peores males que nos aquejan, la corrupción. Esa corrupción que tanto daño nos ha hecho como sociedad fue esta vez, muy probablemente, responsable de la muerte de muchos de los que fallecieron y de la pérdida de incontables bienes materiales. En efecto, días después de la tragedia supimos de los probables actos de corrupción en donde particulares, autoridades y constructores coludidos permitieron que se realizaran obras o remodelaciones sin cumplir con las nuevas normas. ¡Todo esto para ahorrarse unos cuantos pesos! Qué consecuencias tan terribles; debemos exigir que la ley se aplique a fondo y que los culpables asuman toda su responsabilidad civil y penal. Esto no puede volver a ocurrir.

Finalmente debo mencionar la gran riqueza de las redes sociales cuando se utilizan para beneficio de los demás. A través de ellas nos enteramos, en el momento, de las noticias más relevantes, de los comunicados oficiales, de los lugares donde se requería más ayuda y de la clase de asistencia que se necesitaba. Con los famosos "chats" se organizaron cuadrillas de ayuda, particularmente de jóvenes, y una gran parte de la sociedad mexicana se pudo involucrar eficientemente en las labores. Sin embargo tampoco las redes sociales estuvieron exentas de problemas. La desinformación que algunos idearon y muchos otros propagaron, así como los comentarios mezquinos o con tintes políticos que nada aportaron en los momentos de mayor emergencia, estuvieron presentes y, en ocasiones, además de desorientar, estorbaron la labor de la gran mayoría de la gente de buena fe. ¡Cuidado con el uso que hacemos de las redes sociales!

Antes de terminar enviamos desde Acción Femenina nuestro más sentido pésame y afecto a todos los que perdieron seres queridos en esta gran tragedia. Que Jesús y María los tomen de la mano y les den la fe y esperanza necesarias para salir adelante. Para aquellos que han perdido todo o parte de su patrimonio, con frecuencia adquirido después de toda una vida de trabajo, que puedan encontrar en el gobierno y en la sociedad la solidaridad y el apoyo necesarios. Cuenten con nuestra ayuda y oraciones. A nosotros, lectores de esta revista, nos corresponde seguir trabajando, en la medida de nuestras posibilidades, para apoyar a los afectados. Debemos ver en la angustia, el dolor y la desesperación de todos ellos el rostro de Jesús que nos llama. Seguramente para cuando se publique este artículo todavía habrá gente sin techo, sin comida o sin los muebles y enseres domésticos, indispensables para una vida digna. Te invito a seguir siendo solidario, a unirte al esfuerzo coordinado de la Iglesia, la sociedad civil y los gobiernos y a vigilar que las ayudas enviadas lleguen a su destino. En fin, te invito a hacer vida esas obras de misericordia que desde pequeños aprendimos de memoria y que en la práctica con frecuencia olvidamos. Yo por lo pronto me quedo con la frase que escuche de una testigo en las labores de rescate:


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