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Desarrollemos la empatía

En su libro, La Inteligencia Emocional,[1] Daniel Goleman menciona que, en un estudio sobre delincuentes que cometieron los crímenes más crueles y violentos, se descubrió que la única característica de sus primeros años de vida que los diferenciaba de otros criminales era que habían pasado de un hogar adoptivo a otro o habían crecido en orfanatos.

¿Qué sucede cuando los niños son abandonados a su suerte? Bien, entre otras cosas, que pierden la oportunidad de establecer “sintonía emocional” con padres y seres queridos y cercanos.

Sintonía emocional

La sintonía emocional se asienta en los momentos de intimidad que tienen los padres con los hijos. Se produce como parte del ritmo de la relación. A través de ella los padres hacen saber a sus hijos que tienen idea de lo que ellos están sintiendo. El bebé grita con alegría, por ejemplo, y la madre confirma ese deleite dándole un suave golpecito, arrullándolo o emitiendo un sonido parecido al del bebé. O el pequeño agita su sonaja y el padre hace un sonido parecido. En una interacción de este tipo, la clave es que la respuesta del adulto sea del nivel más parecido al nivel de emoción del niño. Estas pequeñas interacciones le dan al bebé la tranquilizadora sensación de que está emocionalmente comunicado.

A partir de las repetidas sintonías, el niño empieza a sentir que otros pueden compartir sus sentimientos.

Cuando un padre deja de mostrar empatía en algún aspecto emocional del niño (alegrías, llantos, necesidad de ser abrazado o consolado), éste empieza a dejar de expresar y, tal vez, a dejar de sentir esas emociones. De esta forma pueden quedar anuladas varias de esas emociones.

Inteligencia Emocional

Si una persona crece anulando o bloqueando sus emociones, le será muy difícil interactuar con los demás. Pero, de entrada, le será difícil controlar sus reacciones emocionales.

¿Cómo puedo controlar mi enojo si ni siquiera reconozco que estoy enojado?

En efecto, hay muchas personas que están convencidas de que ellas nunca se enojan…aunque todo el mundo las vea “injertadas en pantera”. Igualmente, hay quienes juran que nunca tienen miedo. Así, son incapaces de enfrentar sus temores, puesto que ni siquiera los reconocen.

Alegría, miedo, amor, tristeza, enojo, son emociones básicas. Todos las tenemos. El que no sepamos reconocerlas, es otro cantar.

Así que, de entrada, lo que hay que hacer es dejarse de cuentos y reconocer nuestras emociones.

Como se dijo antes, los padres, al no sintonizar con los hijos, bloquean ese desarrollo emocional. ¡Pero incluso a veces prohíben ciertas emociones!

“No llore, “míjo”, los hombres no lloran” “El que se enoja pierde; mejor ríete”, “No seas miedosa/o,” “Que no se dé cuenta de que le quieres, porque te agarra la medida”, son algunos de los mensajes que muchos padres envían a sus hijos. ¿El resultado? La incapacidad para reconocer las propias emociones.

Reconoce tus emociones

Las emociones no son buenas ni malas. Todas tienen una razón de ser. Es la sociedad en que crecemos la que las descalifica. No hay nada de malo en sentir miedo, sentirse triste o enojado. Si alguien te dice que percibe alguna emoción en ti, de la que no te habías dado cuenta, no la niegues. Analízala y acepta (por lo menos para ti mismo) que quizá la tengas.

Por ejemplo, hay quien dice que nunca se enoja. Uno ve a esta persona “colorada”, con la boca y los puños apretados y respirando agitadamente. “¿Estás enojado?” le decimos. “¡No! ¿Cómo crees? ¡si es una bobada!” dice casi gritando. “Pero entonces, parpadea…”

Bobada o no, habrá cosas que nos hagan enojar. Y es mejor entender esto, para manejar esa emoción de forma constructiva.

Así como ayuda entender las emociones en uno mismo, es de mucha utilidad ayudar al otro en este sentido, sobre todo a los hijos.

“¿Cómo te sientes?” “¿Por qué crees que te sientes así?” “¿Qué puedes hacer para manejar esa emoción?” son preguntas que podemos hacernos a nosotros mismos, pero también a los demás. En efecto, un niño al que se le ayude con este tipo de preguntas, podrá funcionar mejor, será capaz de manejar sus emociones de forma adecuada, será más estable.

También ayuda mucho preguntarse “¿Cómo crees que se siente la otra persona?”. Ante esto, buscar claves de comportamiento. Como un detective, tratar de identificar en el rostro del otro si está enojado, contento, tranquilo, etcétera. Esto es particularmente importante ante respuestas al comportamiento de uno. Por ejemplo, ante un comentario que hagamos como “¡Qué bien se te ve ese peinado!” o “Deberías dejar de juntarte con esa persona.”Así ajustaremos nuestro tono, escogeremos mejor los momentos para hablar, o seremos más prudentes.

También ayuda mucho entender que no todos reaccionamos igual ante los estímulos. Igual que a unas personas sienten más el frío que otras, a cada quien le afectan de forma distinta las cosas. Un punto importante es no minimizar los sentimientos del otro. “Pues a mí me han hecho esa broma y la verdad, no me enoja” dice alguien. Sí, pero tú no eres la medida de todas las cosas. Y habrá otras cosas que sí te molesten.

Regresando al desarrollo de otros, vale la pena, ante situaciones como discusiones, preguntar al otro: [2]¿Por qué dijiste/hiciste eso?” “Cómo crees que se sintió el otro?”, “¿Qué crees que va a pasar después?” Con estas preguntas podremos ir desarrollando nuestra capacidad de ser empáticos y nos irá mejor.


La empatía es la capacidad que tenemos de ponernos en el lugar de alguien y comprender lo que siente o piensa. El origen del término se encuentra en un vocablo griego que hace referencia a la capacidad cognitiva de percibir los sentimientos ajenos como propios. A grandes rasgos podríamos decir que gracias a esta aptitud sentimos el deseo de ayudar a otros individuos cuando están atravesando un momento difícil de la vida.

[1]Goleman, Daniel: La Inteligencia Emocional. Javier Vergara, Editor. [2] Puede ser un hijo, el esposo (a) un familiar, un amigo o un colaborador.

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