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HISTORIAS VERDADERAS COME UN POCO DE TIERRA


Durante los meses pasados, los medios de comunicación y las redes sociales nos saturaron con mensajes de los partidos políticos y mucho se habló de las condiciones de pobreza extrema en que viven 9, 375,581 millones de personas de nuestro país.1

¡Cuántas veces habremos oído esa cifra! Pero, ¿tenemos una idea clara de lo que eso significa? ¿Conocemos de cerca a alguna persona que haya padecido la pobreza extrema? Probablemente la respuesta es un no rotundo; pero, tal vez, cerca de nosotros ha habido algunas personas respecto de las cuales, si las hubiéramos conocido un poco más, si nos hubiéramos preocupado por conocer algo de sus historias, nos habríamos dado cuenta de la difícil vida a la que se enfrentaron desde su niñez. Uno de esos casos es el de Delfina.

A Delfina no le gusta su nombre, prefiere que la llamen “María” y actualmente es una mujer de más de cincuenta años, de facciones correctas, que se viste de manera “moderna” y que ha sido trabajadora doméstica la mayor parte de su vida, no sólo en la Ciudad de México, sino también en Aguascalientes, Guadalajara y el Estado de México. Es trabajadora y fuerte como un roble; pero también conserva, en algunos de sus comportamientos, la marca de haber vivido una niñez y adolescencia en pobreza extrema.

A ella no le gusta hablar de esa época, pero con un comentario aquí y otro allá, hemos podido conocer de esa experiencia que la hace conducirse en algunos momentos con cierta agresividad y resentimiento, aunque en el fondo es servicial y hasta cariñosa.

Delfina fue la sexta de once hermanos que vivían en un pequeño poblado, muy alejado de los caminos transitables, de la luz, teléfono, etc., lo único favorable era el riachuelo que había cerca de la choza en que vivían, pero durante la noche los aullidos de los coyotes los asustaban mientras dormían en el suelo de tierra suelta.

La familia de Delfina estaba compuesta por los padres, siete niños y cuatro niñas. Los once hijos nacieron ahí y la madre no tuvo nunca ninguna asistencia médica, ni siquiera la ayuda de una comadrona. ¿Nadie le ayudaba? - le preguntamos-- y la respuesta fue sencilla: No, ¿quién iba a hacerlo?, ella sabía cómo lograr que nacieran y todo lo demás.

Los recuerdos le vienen de manera fragmentada a su memoria; pero al hablar de cómo se alimentaban, lo hizo de una forma que parecía intentaba hacernos comprender lo que significa no tener qué comer no un día o dos, sino permanentemente:

  • No teníamos nada que comer; algunas veces, y muy entrada la noche, mi papá llegaba con un costal de maíz que, luego, luego, mi mamá ponía a cocer para hacer tortillas; pero eso duraba muy poco. Cuando había

nopales, era fiesta; mientras, comíamos las yerbas del campo. Muchas veces yo le decía a mi mamá “tengo hambre” y la respuesta de siempre era “come un poco de tierra”.

Esas escenas parecen como arrancadas de las películas o novelas más truculentas, pero no, es la pobreza extrema que a Delfina también le hace recordar: una de mis hermanitas se murió de hambre, a mi mamá se le fue la leche y no hubo dinero para comprar la de la farmacia y otro de mis hermanos, ya grandecito, también murió de sarampión. Yo hasta los quince años supe lo que es usar zapatos; a esa edad me escapé descalza por el monte porque mi papá me quería casar con un viejo y llegué al Estado de México, ahí le pedí ayuda a una señora conocida y fue así como entré a servir en las casas. Mi vida cambió, aunque hay patronas que nos limitan la comida y nos tratan muy mal.

Actualmente la situación de la familia de Delfina es diferente, el lugar en que nació ha crecido en número de habitantes aunque siguen estando muy aislados y ellos, hermanas y hermanos, siguen unidos alrededor de la madre: nos hemos tenido que apretar el cinturón y entre todos hemos comprado borregos para la matanza; cada mes voy a ver a mi mamá y a las cuatro de la mañana yo me levanto y llevo los borregos a tomar agua del río.

¿Pero, qué ha pasado con la fe? A pesar de su extrema pobreza todos los hijos fueron bautizados y se sienten católicos. Tienen una fe sencilla, pero totalmente ignorante, como por ejemplo, no conocen los Diez Mandamientos, ni el Credo. El lugar en donde viven ahora tiene una pequeña capilla, pero rara vez va el sacerdote, sólo para bautizos o funerales que es cuando ellos lo llaman. En ese poblado muchos viven en unión libre.

Delfina sigue siendo físicamente fuerte y sana, no sabe leer ni escribir porque tiene un problema cerebral causado por el hambre que padeció en su niñez; sin embargo, tiene excelente memoria de fechas, hechos, etc. y las cuentas de su dinero y el uso del celular para comunicarse con su familia lo hace perfectamente. Es una persona normal y trabajadora que actualmente, a sus cincuenta y tantos años, se prepara para hacer su Primera Comunión y recibir el Sacramento de la Confirmación.

Para reflexionar:

Esos casi diez millones de personas que viven en la pobreza extrema están diseminados por todo el país ¿habrá alguna familia en la zona que abarca tu parroquia, a la que tu grupo pueda ayudar?

  • ¿Entre las personas que te dan servicio habrá alguna que necesite de tu ayuda para ir a Misa o acercarse a los Sacramentos?

  • Casos como este siguen existiendo, a esas personas no sólo les falta el pan, también necesitan del Señor. ¿Fomentamos en nuestro grupo el espíritu de caridad, misionero y evangelizador? ¿Oramos y trabajamos por quienes viven en la pobreza extrema?

1 Estos datos los puedes consultar en la página oficial de CONEVAL (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social): www.coneval.org.mx Datos de 2016.


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