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REALIDAD DE LA REFORMA EDUCATIVA


Cuando pensamos en lo que el país necesita para borrar las grandes desigualdades que todavía existen en muchos de sus pueblos y ciudades, se llega a la conclusión que lo que le falta a México es que todos los mexicanos puedan tener acceso a una educación de calidad. La desigualdad económica es un reflejo de la desigualdad en la educación. Hay 5.39 millones de personas mayores de 15 años que no saben leer y no todos los niños que inician la primaria, especialmente las niñas, pueden completar su educación básica. No hay secundarias cerca de sus domicilios ni mucho menos preparatorias o universidades. México carece de escuelas y de calidad en muchas de ellas.

La reforma educativa empezó por conocer cuántas escuelas hay en el país y cuántos maestros trabajan en ellas. Se descubrió que en las nóminas hay miles de maestros que no están enseñando en ninguna escuela y que no todos los que imparten clases cuentan con la preparación necesaria para hacerlo con la calidad requerida. Con la reforma, se quitó de las nóminas a los que no estaban ubicados en ninguna escuela y se aplicó una evaluación para conocer las necesidades de capacitación que los maestros requieren. También se emprendió un programa para mejorar los edificios escolares: baños, energía eléctrica, agua potable, mobiliario…A ningún maestro se le ha despedido por baja evaluación: a los que salieron bien, se les aumentó el sueldo; a los que reprobaron, se les colocó en otras tareas administrativas o se les ofrecieron cursos de capacitación para mejorar. Sin embargo, una parte del Sindicato de Maestros difunde falsas razones para rechazar la reforma. Afirma que se quiere privatizar la educación y que los libros de texto ya no serán gratuitos. Esto es un engaño. En el fondo, los líderes de los sindicatos rechazan esta reforma porque no quieren perder los privilegios y prebendas que se les dieron, cuando el partido oficial necesitaba de todos los trabajadores y —especialmente de los maestros— para mantenerse en el poder. En cada elección, a cambio del voto de sus agremiados, los sindicatos aumentaban sus pretensiones. Así, lograron ser ellos los dueños de las plazas de los maestros: no pedían su cuota de plazas para dar clases, sino para contar con los recursos que esto implicaba y disponer de ellos a su antojo. Para proteger sus privilegios, se crearon “Comisionados” y “Aviadores”; se estableció la venta de plazas y de ascensos. No es la reforma educativa lo que rechazan con los bloqueos, sino la desaparición de las “conquistas sindicales”, de aquellos privilegios que no quieren perder.

En cambio, la mayoría de los maestros, que lo son por vocación, no rechazan la reforma educativa. La prueba está en el gran número que presentó su evaluación y en ver cómo ha disminuido la participación de maestros en los plantones y marchas. El sindicato engaña a los padres de familia con lo de la privatización y el cobro de los libros de texto para pedirles que asistan a los plantones. Algo que ha venido a complicar y a desvirtuar esta situación es la politización de la reforma que algunos grupos han hecho con fines electorales. El movilizar organizaciones ajenas al magisterio es un agravio a las personas porque las engañan y utilizan, aprovechándose de su necesidad.

La reforma educativa es una oportunidad para que el sistema mexicano corrija desviaciones y logre reencauzar a las instituciones sindicales. Se trata de que se circunscriban sólo a lo que les compete: ver por el bienestar de sus agremiados, pero siempre en el marco de las leyes o promoviendo sus reformas cuando se considere realmente necesario. La otra parte de esta reforma, la que se refiere a la didáctica, a la pedagogía, a los contenidos a los textos, vendrá una vez que se haya puesto orden y que se pueda disponer de mayores recursos.

La educación es la base del desarrollo, la forma de borrar las desigualdades y de lograr que todas las personas tengan igualdad de oportunidades; pero, para ello, debe ser una educación con calidad y pertinencia.


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