MUCHAS COSAS TE AFANAN Y PREOCUPAN
“Tú te inquietas y te preocupas por muchas cosas. Sin embargo pocas son necesarias, o más bien una sola cosa es necesaria. María escogió la parte mejor, la que no le será quitada” (Lc 10, 41-42)
Ser madre, ahora y siempre, es una tarea compleja, o dicho de otra manera “diversa y plural” como califican actualmente al pueblo mexicano. No todas las madres cumplen cabalmente con su maravillosa misión y por eso hay muchos seres humanos que han sufrido orfandad, aunque su madre no haya muerto. En el lenguaje popular decimos de alguien informal, corrupto, “tiene poca madre”.
No solo la madre, sino la mujer en general, cuando somos personas responsables, vivimos “eternamente” preocupadas por los hijos, los nietos y la vida de los otros y éstas preocupaciones ocupan nuestra mente, nuestro tiempo y nos restan calidad de vida. No tenemos tiempo para ocuparnos de nuestro proyecto de vida, nuestra salud, nuestro bienestar.
La definición de preocupación es “el sentimiento que te impide actuar por cosas que pueden llegar a pasar ahora o en un futuro”. Es parte de nuestra manera de vivir, de nuestra cultura y generalmente copiamos lo que vimos en nuestra infancia con nuestra mamá, abuela, padre, etc.
Tanto la mujer como el hombre se enfrentan continuamente a diferentes problemas que tienen que resolver. Nos han enseñado que preocuparnos es parte de nuestra manera de entender la vida. Si eres “responsable”, si quieres a tu familia, a los demás, debes preocuparte.
Las mujeres quizá somos más propensas a preocuparnos y a quejarnos porque ocupan nuestra atención desde asuntos sencillos, hasta los más complicados.
Ejemplos de diversas preocupaciones que vivimos:
Que me alcance el gasto para las muchas necesidades que tenemos.
Que nazca sano el bebé que espero.
Que mi hijo joven llegue tarde por la noche y demasiado bebido.
Que mi hija no se sabe cuidar y tiene amigas y amigos libertinos.
Que me quede viuda y sola, sin nadie que me proteja y ayude.
Que mi salud se deteriore repentinamente con una enfermedad grave.
Que mi hija que vive en otro país no corra ningún peligro.
Que pueda cuidar a mi madre, que necesita muchos cuidados.
Que mis hijos e hijas sepan valerse por sí mismos cuando yo haya muerto.
Que mis nietos y nietas crezcan rodeados de cariño y conozcan a Jesús.
La preocupación de un año es el trabajo de una hora.
Los ejemplos de algunas de las preocupaciones comunes, que con frecuencia tenemos o escuchamos de amigas, nos hablan de problemas sencillos o de situaciones que se darán en un futuro, pero que nadie nos asegura que se presentarán.
Para enfrentar las preocupaciones es indispensable actuar y tratar de solucionarlas. Me siento enferma y débil; hay que ir al doctor para saber qué tengo, en lugar de imaginar toda clase de enfermedades incurables y dolorosas. Me preocupa que mi esposo pierda el trabajo; debo capacitarme mejor, estudiar algo que me ayude en un futuro, si fuere necesario a tener una entrada económica con qué hacer frente a las necesidades familiares.
Cuando nos decidimos a hacer algo, se acabó la preocupación, porque estamos ocupadas en la solución. Hay que tener cuidado con las preocupaciones obsesivas que son imaginarias, que nos entorpecen para vivir bien el presente. Hay otro refrán popular muy sabio que dice: “Es peor el pensar, que el pasar”.
Nuestra fe nos da un mensaje todavía más profundo, más cierto, más claro. Cuando Jesús le dice a Marta que en la vida del hogar hay muchas cosas que parecen necesarias: Tener una casa bonita, cuidar a los hijos, preparar la comida, etc., pero es más importante descubrir al Señor en las diversas circunstancias de nuestra vida, saber escucharlo y libremente hacer lo que nos pide[1].
Para enfrentar las preocupaciones ensayemos lo siguiente:
Descubrir a Jesús en nuestra vida. Hay que escuchar a Jesús con el corazón, la voluntad, las emociones, la imaginación, en los acontecimientos de la vida y en el encuentro con otras personas.
Hacer oración para olvidarnos de todo lo que nos preocupa, nos dispersa, nos angustia, para pedirle a Dios su gracia, su fuerza divina, para poder vivir con tranquilidad de espíritu: confiar plenamente en el amor de Dios que nunca nos abandonará.
Meditar y leer la Biblia. Jesús nos invita a escucharlo. Él es la paz y no lo escucha quien no lo atiende en la paz. Cuando buscamos a Jesús en nuestras preocupaciones, en forma agitada y nerviosa, multiplicando palabras, terminamos nuestros rezos y no sentimos la paz que necesitamos ansiosamente.
Es necesario que, como María, la hermana de Martha, nos sentemos tranquilas a los pies del Señor y meditemos en silencio sus palabras y acallemos nuestros deseos, para buscar al Padre que está presente en el secreto.
Reflexiona las siguientes preguntas:
¿Te consideras una persona que tiene muchas preocupaciones?
Haz una lista de las preocupaciones que puedes resolver ahora y otra con tus preocupaciones que se resolverán en un futuro.
¿Sabes confiar plenamente en el amor del Padre que nunca te abandona?, ¿Sí?, ¿no?, ¿por qué?.
Te invitamos a leer completo el siguiente pasaje: Lc 10, 38-41