Aprender a hospedar
Inicia diciembre, el último mes del año; rico en festejos y reuniones, y para los creyentes una celebración muy importante: la llegada de Jesús. Sí, un año más sumado a otro muy lejano, donde María diera a luz al Redentor del Mundo en un humilde pesebre, lugar pobre entre los pobres, que se llenó de luz para anunciar su llegada.
Sí, el nacimiento es el momento en que hace eclosión nuestra esperanza, con la fuerza de una bengala que al estallar fragmenta sus luces para luego bajar tocándonos, como el agua bendita de un hisopo con el que el sacerdote nos envía su bendición. Es justamente el mes de la alegría, es también el mes de la fraternidad.
Todos nos preparamos durante el Adviento para ese instante en que Jesús se encarna con el firme propósito de salvarnos, de conducirnos a la vida plena, a nuestro sitio final, donde gozaremos de la presencia de Dios y por fin descansaremos eternamente. Sí, estaremos ante el Padre, en el Paraíso.
Los festejos empiezan con el día ocho: La Inmaculada Concepción de María; el doce, Nuestra Señora de Guadalupe; en seguida las posadas tradicionales, del dieciséis al veinticuatro cada noche se reproduce el peregrinar de San José y la Virgen, tocando las puertas de las casas para recibir asilo. Esta tradición que data de la llegada de los padres franciscanos durante el Siglo XVI echó fuertes raíces en el pueblo de México, seguramente por las características prehispánicas de la población y por el ejemplo de solidaridad que dieron los primeros religiosos venidos de Flandes.
Así, al pasar de los años estas fiestas tradicionales han sufrido modificaciones, que tienen que ver con las adecuaciones que exigen los tiempos actuales; sin embargo, el fondo permanece intacto. Ante una petición de asilo los mexicanos entonamos entusiasmados: “Entren, santos peregrinos”.
Este gesto se ha hecho peculiar y ha permitido destacar entre los rasgos que nos caracterizan, la hospitalidad.
Diciembre también es el broche que cierra los doce meses del 2017, durante ellos hubo de todo. Septiembre nos sorprendió con los huracanes, las inundaciones y los sismos. Todos ellos fenómenos naturales que se presentan cíclicamente, los primeros en esta parte del año, los sismos los hemos experimentado en cualquiera de las cuatro estaciones.
Este septiembre será recordado de manera especial, quienes radicamos en la Ciudad de México, junto con los pobladores de los estados afectados no seremos los mismos; los sismos del mes patrio, uno en la noche y otro a las 13:00 horas cimbraron las casas, los edificios, las calles, los puentes, las carreteras, haciendo estragos materiales y cobrando vidas de personas de todas las edades.
Otra vez, paradójicamente dos horas después del simulacro, volvió a temblar casi con la misma intensidad de hace treinta y dos años. Regresó el dolor, el miedo, la incertidumbre… pero también la esperanza y con ella aparecieron los actos llevados a cabo por héroes anónimos, que arriesgando sus vidas las expusieron para salvar las de otros.
Otra vez, la esperanza tuvo rostro en las caras aparentemente serenas de los maestros, que contuvieron a sus alumnos utilizando sus conocimientos y su experiencia, a pesar de actuar llenos de desasosiego por no saber de su familia, haciendo lo que debían hacer; en los voluntarios que se abocaron a ayudar al prójimo; a los médicos que atendieron a cuanto necesitara auxilio; a los sacerdotes que acogieron a su grey; pero sobre todo en los jóvenes que estrenaron por su edad una situación nunca vivida y a la que respondieron valientemente sin medir riesgos y sin escatimar esfuerzos.
Todo para aprender la lección, para preparase mejor, para agradecer a Dios que esta vez no fuimos nosotros los que quedamos sepultados bajo los escombros, sino los que reconstruiremos no solo los daños materiales; haremos lo mismo con nuestro interior, seremos más fuertes, más responsables, más solidarios y fraternos, más misericordiosos.
Si inicia el decimosegundo mes del año, más allá de las festividades que compartiremos, nos reuniremos con un sentimiento de enorme gratitud por esta oportunidad para ser mejores, que nos ofrece el nacimiento del Niño Jesús; lo haremos con otro rostro, que nació cuando percibimos un cambio en nuestra actitud, cuando nos reconocimos como un pueblo solidario, unido y decidido a luchar por el bien común.
Esta vez podremos recuperar en las posadas, la oportunidad de practicar una nueva forma de ser hospitalario, enriquecida por la experiencia del año que acaba; que pueda manifestarse en actos de piedad, en la apertura a todos, en la inclusión de lo diverso, que reparta como antaño aguinaldos de amor y comprensión fraterna, capaces de alegrar el corazón.

Sí, otra vez abramos la puerta al peregrino; otra vez hagamos de la hospitalidad nuestro sello de identidad; otra vez unamos esfuerzos y despidamos el 2017 confiados en que vendrán tiempos esperanzadores, donde sea posible construir una sociedad basada en códigos éticos cimentados en valores, tan sólidos que contrarresten la injusticia y la deshumanización que hoy aquejan al ser humano.