APRENDER A ESPERAR
APRENDER A ESPERAR

Explícame con paciencia y cariño tu vida,
para encender mi fe y
así abrirte la casa de mi corazón[1].
Las situaciones desafortunadas siempre ponen en juego nuestra fe, sobre todo nos hacen perder la paz. Como muchos, estrené sensaciones nunca antes experimentadas: como la incertidumbre, el desconcierto y la incredulidad ante una realidad que superaba cualquier suposición sobre cómo se modificarían mis hábitos y mis costumbres.
Tanto así, que el primer paso fue cambiarme temporalmente de casa. Vivo sola desde que enviudé, situación que preocupaba a mis hijas y que me obligó a aceptar la invitación de una de ellas para pasar el confinamiento, con el beneplácito de la familia, que veía en esta decisión un beneficio para todos.
A partir de los últimos días de marzo me convertí en huésped de mi hija y allí empezó una nueva forma de vida que incluía una readaptación a la manera en que llevaba a cabo mis ocupaciones, la preparación de los alimentos y la distribución del tiempo libre; asunto complicado, sobre todo, por tener que compartir espacios comunes después de más de veintitantos años.
Al principio me costó trabajo el cambio, no en balde el ser humano es un “animal de costumbres”, como dijo Charles Dickens. A pesar de la familiaridad, todo era nuevo: el horario, la comida, los utensilios, la ubicación de los útiles de limpieza, hasta el origen de los sonidos desconocidos que se escuchan en todas las casas y se vuelven parte de ellas; sin embargo, para quienes los desconocen generan sobresalto.
Poco a poco esa sensación de novedad fue diluyéndose y en su lugar se abrieron espacios de diálogo, especialmente en las sobremesas, donde se comentaba la noticia más reciente sobre la trayectoria de la epidemia, los lugares donde se podían adquirir los víveres, los productos para la higiene, la nota humorística, el estado de salud de amigos y familiares, el miedo al contagio y la posibilidad de perder a un ser querido.
Conforme transcurrían las semanas, se instaló una rutina: el trabajo de oficina en casa y la preparación de los alimentos ocupaban la mañana; después de la comida se llenaban las horas de la tarde con actividades variadas; entre ellas estuvo la de escombrar los sitios en donde se van acumulando las cosas que nos sobran, donde guardamos lo que planeamos hacer en cuanto tengamos tiempo.
Entre los objetos hallados estaba una bolsa de sobrantes de estambre de la lana con los que mi hija hizo calcetines para su esposo, muchas madejas empezadas a las que no se les había dado destino, inservibles tal vez; seguro una vez descoloridas acabarían en el bote de la basura. Sin pensarlo más, tomé las agujas, comencé a tejer cuadros, los fui uniendo hasta formar un pie de cama para la época de invierno; cuando terminé se dibujó en la cara de mi hija una enorme sonrisa de asombro y satisfacción que compensó con creces el esfuerzo realizado.
Me quedé pensando en todo aquello que se podría realizar con los pedacitos que vamos guardando de lo que nos sobró de paciencia, de optimismo, de alegría, de solidaridad, de esperanza; que se quedaron escondidos en nuestro interior, esperando, como los restos de estambre, ser útiles una vez más. Unámoslos, que ellos entibien hoy el frío de la soledad, que calmen el dolor de los que aguardan fuera de los hospitales, que confirmen que lo unido se hace más fuerte y que la fe puesta en Dios es la cobija más efectiva para la incertidumbre.
Seguimos en la espera del fin de esta época de contingencia con la esperanza de que consiga trasformamos en mejores personas, capaces de devolver a la unión familiar el lugar primordial que tiene y que hoy se ha demostrado, para que de esa manera pueda cumplir la función que se le ha otorgado: ser la célula de la sociedad, una sociedad fortalecida, dispuesta a reordenar valores y dignificar el trabajo comunitario, cuyo fin sea el bien común, el amor al prójimo y la construcción del Reino de Dios.
Mientras tanto, recordemos una frase expresada por el Papa Francisco en el Encuentro de Familias en Chiapas el 15 de febrero de 2016: “Un Reino que sabe de familia, que sabe de vida compartida”.
PARA REFLEXIONAR:
¿Qué serías capaz de unir para darle vida nueva?
[1] Frase tomada de un blog de internet.