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ME AMÓ Y SE ENTREGÓ POR MÍ

Se acerca ya la Semana Santa, también llamada “Semana Mayor”, por ser los días en que conmemoramos los acontecimientos centrales de nuestra Redención: la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Hemos recorrido un camino espiritual de conversión durante la Cuaresma, mismo que inició el Miércoles de Ceniza.


¿Cómo vivir la Semana Santa? Durante este tiempo privilegiado, puedes dedicar tiempo al silencio, a la oración y a leer los Evangelios (especialmente los relatos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo). Evitar distractores (películas mundanas, música estridente…), ver películas bíblicas, hacer obras de misericordia y asistir a los actos litúrgicos de tu Parroquia.


Te compartimos una breve reflexión en torno a los principales momentos de la Semana Santa:


Domingo de ramos

La entrada había sido triunfal, pero Jesús sabía muy bien que los «hosannas» se convertirían en «¡crucifícale!», y las palmas se volverían lanzas. En medio de los gritos del pueblo, Jesús pudo percibir lo que murmuraba un Judas y las voces airadas que se levantarían delante del palacio de Pilato. El trono al que Él era exaltado era una cruz, y su coronación real sería una crucifixión. A sus pies extendían vestidos, pero el viernes le serían negados incluso los suyos propios. Desde un principio sabía lo que había en el corazón del hombre y nunca sugirió que la redención de las almas humanas hubiera de realizarse por medio de una pirotecnia de palabras. Aunque era rey, y aunque ellos le aceptaban ahora como rey y Señor, Él sabía que la bienvenida que como rey podía esperar era el Calvario”.[1]


Jueves Santo (Última Cena)

“Puesto que su muerte era la razón de su venida, ahora instituyó para sus apóstoles y para la posteridad un acto conmemorativo que Él había prometido cuando dijo que Él mismo era el Pan de Vida. Y tomando un pan, después de haber dado gracias, lo partió, y se lo dio a ellos, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es entregado. Lc 22, 19. No dijo: «Esto representa o simboliza mi cuerpo», sino que dijo: «Esto es mi cuerpo», un cuerpo que sería quebrantado en su pasión. Luego tomó en sus manos una copa de vino y dijo: «Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre, la del nuevo pacto, la cual es derramada por muchos, para remisión de pecados.» Mt 26, 28. Así, de una manera simbólica o incruenta, se les presentaba a los apóstoles la muerte de Jesús que había de tener efecto la tarde siguiente. En la cruz, moriría al separarse la sangre de su cuerpo. De ahí que no consagrara el pan y la sangre juntamente, sino por separado, para indicar que su muerte se produciría por la separación de su cuerpo y sangre. En este acto, nuestro Señor era lo que sería en la cruz al día siguiente: sacerdote y víctima al mismo tiempo”.[2]


Viernes Santo (Crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo)

“El cuerpo del Salvador pendía inerte en la cruz... a merced de cualquiera, pero sobre todo pertenecía a su madre. Nadie en el mundo, salvo María, podía pronunciar como ella las palabras de Jesús en la Última Cena, aunque ella no fuese ninguna sacerdotisa. Siendo así que nadie más que la bienaventurada Madre era quien le había dado cuerpo y sangre, por la virtud del Espíritu Santo, sólo ella podía decir: «Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre». Sólo ella le había dado aquello por medio de lo cual Jesús había realizado su redención; solo ella hizo posible que Jesús existiera; solo ella hizo de Él el nuevo Adán. No había contrapartida humana; solo el Espíritu de Amor…


… Es probable que al ser bajado el cuerpo inerte de Cristo fuera colocado en los brazos de su Santísima Madre. Para una madre, ningún hijo deja nunca de ser un niño. Le debió de parecer a María que retrocedía a los días de Belén y que volvía a tener entre sus brazos al niño Jesús. Pero todo había cambiado. Ya no era blanco como cuando había venido del Padre: estaba rojo al venir de las manos de los hombres.” [3]


Domingo de Resurrección (Primer domingo de Pascua)

¡María! (Magdalena)

¡Rabboni! (Maestro)

(Jn 20, 16 - 17)


“Sólo la pureza y un alma exenta de pecado podía recibir al Santísimo Hijo de Dios en su llegada a este mundo; de ahí que María Inmaculada saliera a su encuentro en las puertas de la Tierra, en la ciudad de Belén. Pero solamente un alma pecadora arrepentida, que a su vez había resucitado ya de la tumba del pecado a una nueva vida en Dios, podía comprender adecuadamente el triunfo sobre el pecado. En honor a las mujeres, hay que pregonar eternamente: una mujer fue quien más cerca de la cruz estuvo en el Viernes Santo y la primera junto a la tumba en la mañana de Pascua”.[4]


En recuadro:

“Sin saberlo, esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del «primer día de la semana», día que cambiaría la historia. Jesús, como semilla en la tierra, estaba por hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres, con la oración y el amor, ayudaban a que floreciera la esperanza. Cuántas personas, en los días tristes que vivimos, han hecho y hacen como aquellas mujeres: esparcen semillas de esperanza. Con pequeños gestos de atención, de afecto, de oración”. (Papa Francisco, Vigilia Pascual 2020).


Para reflexionar:

¿Qué significa para ti el saberte amado(a) y redimido(a) por Nuestro Señor Jesucristo?

[1] Fulton Shen. “La vida de Cristo”, 1968. P. 314. [2] Ibid. p. 332. [3] Ibid. pp. 479 – 480. [4] Ibid. p. 487.


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