SANAR IMPLICA TIEMPO
“Todo proceso de cambio significa un surgir, un hacerse, un devenir y esto sólo es imaginable en el tiempo.” Carl Menger
A inicios de este año me detectaron en ambos pies Neuroma de Morton. Hace tres meses me resistí a tomar fisioterapia, justificándome con el doctor al decirle que temía ir a un hospital, por la pandemia. Pero también debo reconocer que ya no quería gastar más dinero y deseaba recuperarme rápido sólo con “pastillitas”. Hoy, seis meses después de la primera indicación del doctor, estoy en fisioterapia. Requiero varias sesiones que implican tiempo y dinero (más del que ya invertí en consultas, estudios y medicinas). Busqué un lugar seguro para tenerla porque finalmente acepté que es algo que no podía dejar de hacer si quería mejorar y ahora sí estoy en un proceso de recuperación.
Llevando este ejemplo al campo de la salud mental, en mi experiencia como psicoterapeuta, me he encontrado con personas que desean experimentar bienestar emocional, pero no siempre entienden o aceptan que esto requiere de un proceso.
La RAE[1] define la palabra “proceso” como “conjunto de las fases sucesivas de un fenómeno natural o de una operación artificial”. Ahora bien, según la OMS[2] la psicoterapia es un tratamiento cuyo objetivo es lograr el cambio de pensamientos, sentimientos y conductas del paciente. Esto se alcanza a través de sesiones con un psicoterapeuta para ayudarle a tomar conciencia de aquello que hace, siente y piensa. Por lo tanto, implica un proceso y como tal, requiere de tiempo, esfuerzo, inversión...
Jorge Bucay[3] en “El camino de las lágrimas” describe muy bien el proceso de sanación de una herida física, que después aplicará de manera análoga al proceso de sanación por un duelo:
¿Cómo son las etapas por las que va a pasar esta herida?... (Cuando la persona se lastima) no nota que se lastimó … En ese instante muchas veces ni si quiera hay sangre, el cuerpo hace una vasoconstricción… Inmediatamente aparece el dolor agudo, intenso y breve… que es la primera respuesta concreta del cuerpo que avisa que algo realmente ha pasado… después la sangre… brota de la herida en proporción al daño de los tejidos (y) sigue saliendo hasta que el cuerpo naturalmente detiene la hemorragia (haciendo un) coágulo que sirve… para que la herida no siga sangrando. (Ahí) empieza la etapa más larga del proceso. El coágulo se retrae, se seca, se arruga, se vuelve duro y se mete (transformándose en) “la costra”. Pasado un tiempo los tejidos nuevos que se están reconstruyendo de lo profundo a lo superficial empujan “la costra” y la desplazan hacia fuera hasta que se desprende y cae… La herida… ya no duele, ya no sangra, está curada; pero queda la marca del proceso vivido: la cicatriz.
¿Por qué me di el tiempo de describir un proceso de sanación como el que ilustra Jorge Bucay? Porque para sanar es importante aceptar y disponerse a pasar por un proceso que requiere inversión de recursos (tiempo, dinero, esfuerzo…). Quién lo hace, logra disfrutar de los beneficios. Esto me recordó a dos de mis pacientes con las que tuve terapia esta semana.
Beatriz[4], inició la sesión compartiendo que venía de una comida con un amigo que la conoce de hace tiempo y estaba sorprendida de lo que escuchó: “ya ves Bety, cuando te comprometes, te trabajas y eres constante con tu proceso terapéutico, te das cuenta de las cosas y hasta te percibo más tranquila”. Y es que Bety pasó de psicólogo en psicólogo, porque decía ella que “ninguna terapia le funcionaba”, pero reconoció que en realidad quería resultados rápidos sin hacer nada, sólo con hablarlo (aunque, de hecho, se resistió mucho tiempo a hablar de varios temas importantes de su malestar que afortunadamente ya abrió y ya está trabajando).
Sofía,[5] hace ya varios meses que inició un proceso terapéutico porque sufría de constantes ataques de pánico. Después de unas sesiones reconoció que tampoco llevaba una vida sana: todo el tiempo se sentía angustiada por su trabajo, dormía unas cuantas horas al día, no se permitía tiempos de recreación y descanso, no comía bien (se saltaba comidas y cuando comía no era de manera balanceada) se sentía “fodonga” pero tampoco busca arreglarse, no quería ver a sus amigos porque se angustiaba al escuchar que la extrañaban y le preguntaban por qué los evadía.
Después de varios meses en terapia, pronto Sofía logrará su alta (porque el proceso de terapia no es para siempre). Hoy se siente diferente y ha alcanzado mejoras en su vida: disfruta su trabajo y ya no está pensando todo el día en sus pendientes, duerme bien, se da tiempo para hacer cosas que le gustan, sobre todo, de tener todas sus comidas y se esfuerza por comer sanamente, se arregla y se siente bien con ella misma, retomó amistades y ahora dice que se siente feliz porque disfruta su vida. Sus circunstancias no han cambiado, quien cambió fue ella y por eso puede afrontarlas mejor y así logra experimentar bienestar.
Las personas no siempre buscan ayuda cuando viven situaciones que les causan malestar emocional significativo (es decir, que no les permite vivir su vida como necesitan vivirla) y/o que no saben cómo manejar. Pero también, como ya comenté, puede haber personas que sí la buscan, pero no están bien dispuestas a aceptar lo que esto implica.
Si bien el proceso psicoterapéutico no es sencillo (sobre todo en la etapa de resistencia en la cual no se quiere enfrentar lo que causa el dolor o al cambio que implica), la realidad es que no pocos pacientes abandonan la terapia poniendo justificaciones como el dinero, el tiempo, etc. Y sí, esto puede ser incómodo y requerir esfuerzo, pero si un paciente quiere mejorar, es necesario que pase por este proceso que es personal y diferente para cada uno.
No sé cuánto tiempo más requiera mi tratamiento (proceso de sanación). Lo que ahora soy capaz de aceptar es que sólo si me comprometo con ese proceso, voy a mejorar (de hecho, ya estoy percibiendo la mejoría). Reconozco que para mí esto implica varios sacrificios. Pero también acepto que es por mi bienestar y que no hay atajos “mágicos y fáciles” para recuperarme y estar bien.
Para reflexionar:
Si tienes algún problema que te está causando malestar, reflexiona: ¿Qué necesitas para resolverlo? Si no sabes cómo, ¿a quién podrías preguntar?
Si fracasas una vez, no te rindas. Busca alternativas hasta resolver. Valdrá la pena tu esfuerzo.
Porque para sanar es importante aceptar y disponerse a pasar por un proceso que requiere inversión de recursos (tiempo, dinero, esfuerzo…). Quién lo hace, logra disfrutar de los beneficios.
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