TODOS LOS SANTOS. 1 de noviembre
La aventura de la santidad comienza con un «sí» a Dios.
(Juan Pablo II)
Ser santos ¿qué es?
Existe un dicho popular italiano: Quando nascono tutti belli, quando muoiono, tutti santi (cuando nacen, todos son bonitos, cuando mueren, todos son santos). Y es que cuando fallece alguien muy querido, por ejemplo, una abuela, un abuelo, un tío o tía, que era muy católico, o cumplía los preceptos básicos de la fe, solemos decir “era un santo”, “era una santa”. Puede ser que eso sea cierto, o puede que no, sólo Dios lo sabe, pero en tal caso, la pregunta es: ¿qué significa “ser santos”?
Una respuesta inmediata, desde la teología más básica, sin complicaciones, es “ser santo (o santa) significa vivir en gracia” ¿y qué es eso de “vivir en gracia”? es vivir en la amistad de Dios.
Ser santos no es sencillo, pues si nos analizamos en profundidad, notaremos que estamos llenos (y llenas) de defectos, de errores, de pecado. Es por ello que en cada misa iniciamos (prácticamente, como oración inicial) diciendo “que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión” y añadimos el famoso “por mi culpa, por mi culpa, por mi grande culpa”. El acto más importante de la vivencia cristiana, la Misa, inicia con una ineludible aceptación de nuestra pobreza moral como seres humanos: somos pecadores y pecadoras y nadie se libra de ello.
La catequesis nos enseñó que, al ser bautizados, hemos recibido el don de la Gracia Santificante, que no es otra cosa que “la presencia de Dios” en nuestra alma (por eso se dice que el cuerpo humano, cada cuerpo humano, es “templo del Espíritu Santo”) Dios habita en cada uno de nosotros. San Agustín lo dice de manera bellísima en sus Confesiones (escritas hacia el año 398):
«Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando; y deforme como era, me lanzaba sobre las bellezas de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían alejado de ti aquellas realidades que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz». (San Agustín. Confesiones. Libro X, cap. XXVII, no. 38)
La Gracia Santificante únicamente se pierde con el pecado mortal. Y se recupera por el arrepentimiento sincero y la absolución del sacerdote en el Sacramento de la reconciliación (“la confesión”). El pecado venial no arrebata dicha Gracia, pero nos inclina al mal cada vez que lo realizamos. Las obras de caridad, la participación en actos litúrgicos como la misa o la hora santa, la oración delante del Santísimo Sacramento y la comunión eucarística nos limpian del pecado venial, junto con nuestro propósito de no volver a ofender a Dios.
Gracia Santificante y Amistad con Dios
Al final, los santos, de manera poética (y los teólogos, de una manera más solemne) terminarán por decirnos que, la Gracia Santificante, es la amistad con Dios. Y es una hermosa definición de santidad decir que significa “Ser amigo de Dios”.
Vivir la Gracia Santificante no es otra cosa que vivir la amistad de Dios. Y pensemos lo siguiente: por nuestro propio esfuerzo, nosotros no podríamos alcanzar a Dios de ninguna manera en nada, pues nos sobrepasa de manera infinita… pero Él sí puede “rebajarse” a nuestra pequeñez para ofrecernos su amistad y eso lo hace de manera “gratuita” por eso, a ese acto de inmenso amor y bondad, se le llama “Gracia” porque es “gratis” y no es otra cosa que el ofrecimiento gratuito de su amistad de Dios a nosotros.
Todos los santos
El día 1 de noviembre celebramos el día de todos los santos. Y no sólo se celebra a los santos del calendario, los que gozan ya de ese título dado por la Iglesia (decir que alguien es santo y venerarlo como tal, significa que se encuentra en el cielo y puede interceder por nosotros) también celebramos a los muchísimos que están en el cielo con Dios y no fueron nunca conocidos por nadie ni reconocidos por la Iglesia como santos pero que están con Él y también pueden rezar por nosotros por medio de la “comunión de los santos” una especie de red espiritual de almas que se encuentran en la presencia de Dios y están en contacto con nosotros, los vivos, los que peregrinamos aún en este valle de lágrimas y gozos en camino a unirnos también a esa gran Iglesia triunfante que es el cielo.
Indudablemente también hay entre nosotros muchos santos silenciosos, que luchan por ser testimonio, que tienen caridad con su prójimo, que se esfuerzan por conservar su amistad con Dios, que hacen lo posible por actuar la presencia de Dios en la tierra con sus palabras, su ejemplo y cumpliendo en lo posible y según su entender la Voluntad de Dios.
A todos ellos, los que ya llegaron y conservaron su amistad con Dios, como a los que se siguen esforzando por llegar lo mejor posible, la Iglesia los honra con esta celebración.
¡Felicidades a todos los santos!
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